¿Quién no ha soñado alguna vez con que ese placer continúe durante todo el recorrido?
Si bien las costumbres humanas involucionan cada vez más hacia el sujeto egoísta e individualita, todavía existimos unas pocas personas cuya educación y sentido común, nos obligan a ceder el asiento a los mayores, de movilidad reducida, mujeres embarazadas y con niños pequeños.
Sin embargo, en ocasiones reiteradas, quizá debido a la escasez de gentileza en muchos individuos, y el aumento de personas con necesidad de asiento que suben a los colectivos; yo en particular, como miembro de la minoría gentil que cede asientos, sufro de gran culpa y cargos de conciencia, antes de cumplir con mí deber ciudadano.
No me agrada en lo más mínimo ceder asientos, porque casi siempre llego al colectivo agotada. Entonces espero. Veo subir un anciano, y espero a que alguien más ceda el lugar.
Pasan los minutos, nadie hace nada. Allí es cuando me carcome la culpa, y finalmente me levanto. Con las embarazadas, no dudo un minuto, por su puesto.
Si un gentil obligado (como yo) viaja en colectivo, entre las 14 y las 16 horas; prepárese a recibir un contingente interminable, de personas mayores, y mujeres embarazadas a quienes ceder asientos.
Es entonces cuando una mezcla de culpa y bronca azota mi corazón cansado, minutos antes de regalar el precioso espacio junto a la ventanilla.
¡¿Por qué demonios viajan todos a la misma hora?! ¿Es que acaso se ponen de acuerdo? No tengo nada contra las embarazadas; pues mi instinto maternal me lleva a cederles el asiento sin ningún problema.
Pero los ancianos… ¿Por qué suben tantos, en esa franja horaria? ¿Hay algo más importante para una abuela, que ver las novelas de la tarde? Según parece, si. Lamentablemente.
Y entonces uno Debe ceder el asiento. Elegir uno de tantos que suben. El más canoso y decrépito individuo de la naturaleza, para darle el maldito lugar.
No importa cuan agotado esté, ni lo pesado de los bolsos que uno cargue; la culpa gentil con que se ha crecido, lleva a donar aquél precioso espacio junto a la ventana. Levantarse, poner una voz firme y decidida. “¡Señor/a! Siéntese por favor”. De ser necesario, convencerlos; tratando a su vez de disimular esa mezcla de bronca y obligación que puebla mi rostro cada vez que lo hago. Por más que lo intente, no puedo evitar la cruel gentileza con que he sido criada.
Por último, a aquellos IMBECILES RETARDADOS MENTALES que para mi ¡¡¡¡FURIA DESMEDIDA!!!!! ROBAN descaradamente el asiento cedido por mí a una persona realmente necesitada; ¡¡¡¡PÚDRANSE EN EL INFIERNO ETERNAMENTE!!!!! (Ustedes saben quienes son).