Cuando comenzó, creímos que no duraría mucho.
“Un apagón, es todo”, pensamos. Luego pasó una noche lluviosa de verano.
Al día siguiente, nada: Ni luz, ni agua… Ni ascensores para los pisos altos del departamento.
Desperté temprano, sin mucho para hacer. Casualmente, había un poco de agua en la pava, para hervir un té (ya habrán visto cuanto adoro el té)
Sola, un sábado de Noviembre, luego de haber trabajado toda la semana. Descansé.
Escuché algo de música en antiquísimos walkman. Luego me dieron incontenibles ganas de escribir: relatar cosas, más que nada descriptivas, sobre asuntos cotidianos; preocupada, sin embargo, por la evidente carencia de un principio, un nudo, un desenlace, y un final, que le aportaran coherencia a un simple relato común; en nada relacionado con venderle algo al lector, ni mucho menos.
Nunca me perdonaré esto de haberme desacostumbrado a la escritura manual. Amo tipiar en la computadora, o en su defecto, mi máquina de escribir, a la que le falta (lo que yo llamo) la cinta de tinta, y no sé donde conseguirla.
“Quedará para después”. Pensé, sin imaginar lo eterno del después que se nos venía encima, a mi familia y a mi.
Dieron las doce y media del mediodía. Necesité escapar, y pensé en el cine. Habían un par de cupones de descuento para un famoso restaurant de pastas, y un 2x1 en entradas.
Quedé absorta, mirando los papeles, imponiéndome alguien más. Tenía la película elegida, el cine y el restaurant.
Pensé en mis pocos, pero valiosísimos ( y ocupadísimos) amigos del alma. “No Podrán”. “Él estará trabajando, o durmiendo; a esta hora….. Y ella ya me ha dicho que se encuentra repleta de exámenes, hasta fines de diciembre”. “No podrán”.
Ignoré el 2x1 en entradas, y tomé el descuento del restaurant, para almorzar fuera, casualmente, los ñoquis del 29.
Vi la película de mi interés a sala llena; y regresé a casa, corriendo bajo la lluvia, como el día anterior.
Todavía estábamos sin luz. Ya para entonces, la casa hecha un chiquero, sin agua; y mi desesperación, creciente; por quitarme la mugre del cuerpo.
Las ganas de escribir, contradecían mi falta de ideas…. Y la inerte impotencia de no tener dónde tipiar.
El apagón resultó ser más que eso. Devoré otro cuento de Cortázar, para matar el aburrimiento; antes de llamar sin éxito a mi amigo, para preguntar si él, en su casa, a diez cuadras de la mía, tenía luz.
Dormí temprano, al anochecer, sin tener mucha noción del tiempo. Sentí haber descubierto el secreto de por qué las personas de antaño, despertaban mucho más temprano que nosotros.
Tanto deseaba yo vivir en el siglo XIX cuando era niña, en medio del campo, como la familia Ingalls.
Pero los siglos no se mezclan, pues los seres no se adaptan. Sabia es la naturaleza que destruimos a cuentagotas.