domingo, 30 de noviembre de 2008

40 horas en el siglo XIX

Cuando comenzó, creímos que no duraría mucho.

“Un apagón, es todo”, pensamos. Luego pasó una noche lluviosa de verano.

Al día siguiente, nada: Ni luz, ni agua… Ni ascensores para los pisos altos del departamento.

Desperté temprano, sin mucho para hacer. Casualmente, había un poco de agua en la pava, para hervir un té (ya habrán visto cuanto adoro el té)

Sola, un sábado de Noviembre, luego de haber trabajado toda la semana. Descansé.

Escuché algo de música en antiquísimos walkman. Luego me dieron incontenibles ganas de escribir: relatar cosas, más que nada descriptivas, sobre asuntos cotidianos; preocupada, sin embargo, por la evidente  carencia de un principio, un nudo, un desenlace, y un final, que le aportaran coherencia a un simple relato común;  en nada relacionado con venderle algo al lector, ni mucho menos.

Nunca me perdonaré esto de haberme desacostumbrado a la escritura manual. Amo tipiar en la computadora, o en su defecto, mi máquina de escribir, a la que le falta (lo que yo llamo) la cinta de tinta, y no sé donde conseguirla. 

“Quedará para después”. Pensé, sin imaginar lo eterno del después que se nos venía encima, a mi familia y a mi.

Dieron las doce y media del mediodía. Necesité escapar, y pensé en el cine. Habían un par de cupones de descuento para un famoso restaurant de pastas, y un 2x1 en entradas.

Quedé absorta, mirando los papeles, imponiéndome alguien más. Tenía la película elegida, el cine y el restaurant.

Pensé en mis pocos, pero valiosísimos ( y ocupadísimos) amigos del alma. “No Podrán”. “Él estará trabajando, o durmiendo; a esta hora….. Y ella ya me ha dicho que se encuentra repleta de exámenes, hasta fines de diciembre”. “No podrán”.

Ignoré el 2x1 en entradas, y tomé el descuento del restaurant, para almorzar fuera, casualmente, los ñoquis del 29.

Vi la película de mi interés a sala llena; y regresé a casa, corriendo bajo la lluvia, como el día anterior.

Todavía estábamos sin luz. Ya para entonces, la casa hecha un chiquero, sin agua; y mi desesperación, creciente; por quitarme la mugre del cuerpo.

Las ganas de escribir, contradecían mi falta de ideas…. Y la inerte impotencia de no tener dónde tipiar.

El apagón resultó ser más que eso. Devoré otro cuento de Cortázar, para matar el aburrimiento; antes de llamar sin éxito a mi amigo, para preguntar si él, en su casa, a diez cuadras de la mía, tenía luz.

Dormí temprano, al anochecer, sin tener mucha noción del tiempo. Sentí haber descubierto el secreto de por qué las personas de antaño, despertaban mucho más temprano que nosotros.

Tanto deseaba yo vivir en el siglo XIX cuando era niña, en medio del campo, como la familia Ingalls.  

Pero los siglos no se mezclan, pues los seres no se adaptan. Sabia es la naturaleza que destruimos a cuentagotas. 

domingo, 23 de noviembre de 2008

Los pequeños placeres II

Leer y escribir son mi paraíso durante los fines de semana. Mi casa a solas. El silencio de las cosas.

A mis padres les cuesta comprender este amor mío por el hogar. ¿Por qué no voy afuera? ¿Por que no comparto noches de sábado con amigos, como la gente normal?.

Pues, porque no me gusta la noche, y me descoloca regresar en las mañanas de domingo. El día tácito, a sueño limpio.

Yo prefiero un buen libro, mi PC donde escribir (ya me desacostumbré al puño y letra, desgraciadamente); y salir con amigos, si, durante el día, de vez en cuando.

Entre trabajos y facultades, ambos están ocupados. Soy mujer de pocos amigos, pero me integro activamente a grupos.

No me engaño diciendo, o presumiendo de esta cualidad; que todos son mis amigos, porque no es cierto. Congeniamos, siempre me he llevado bien, nunca un problema, no más allá del estudio o el trabajo.

Ser amigo, es diferente. Único, especial, incomparable. No podría tener infinidad de amigos, porque no me alcanzaría el corazón para cobijarlos como se merecen. Es fácil ser un buen compañero mío, pero sumamente difícil ser amigo.

Duele, a veces, que carezcamos de tiempo para vernos. Allí es donde aprecio otras pequeñas cosas que hacer con mi tiempo libre, durante el fin de semana:

Redactar imágenes, críticas o pequeñas historias que me vengan a la mente, tomar un buen té a las cinco de la tarde, mientras veo cine europeo, leer (y terminar) libros; salir sola, caminar…. Y escribir la vida como se me dé la gana (durante el fin de semana) sin estructuras, horarios ni obligaciones que cumplir.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Rata de librerías

Por más que lo intente, no logro contener mi amor por los autores y sus obras, dispersas en incontables ediciones, por todas las librerías del país.

Nunca falta un escritor en mi memoria, que inspire mis estancias casi eternas en librerías locales.

Virginia Woolf, y sus obras: La Sra. Dalloway (1925), Las olas (1931) y Entre actos (1941); han sido objeto de mi más reciente curiosidad literaria; mientras termino Londres, un libro que reúne seis ensayos que la autora escribió en 1931 para una revista inglesa.

Resulta fascinante sentir el olor a libros cada vez que ingreso en las librerías. Ver de paso, las últimas novedades, segundos antes de entrar en la búsqueda específica.

No me gusta preguntar, sino investigar por mi misma. Las horas pasan cual segundos, mientras busco en orden alfabético, por los estantes más próximos al suelo.

Sólo consigo Las olas , a casi cuarenta pesos. No lo puedo comprar, tampoco es urgente. Debo terminar Londres, y ponerme a leer tantos otros libros, de autores con quienes todavía no me he deleitado.

La gente debe mirarme como a una loca, mientras busco frenéticamente, y acumulo otros tantos libros interesantes que leer, antes de conocer sus imposibles (nada urgentes) precios.

Contener impulsos es la clave, para salir airosa y no gastar; mientras el tercer y último tomo de Cuentos completos, por Julio Cortázar, ruega que lo lleve conmigo a casa, para completar la colección. Treinta y cinco pesos. Imposible ahora. No es urgente. Otra vez será.

Una mezcla de ternura y comicidad invade mi rostro al ver las caras de los vendedores, cada vez que salgo de las librerías, luego de al menos tres horas internada entre diversos autores y sus obras. Si tuviera dinero, las compraría todas, aunque no fuera urgente.