Desperté tempranísimo, a las cinco de la madrugada. No estaba en casa. Me incorporé en la cama, y observé alrededor.
Apenas asomaban los primeros rayos de sol, en una habitación desconocida.
De lado izquierdo, había un libro y un candelabro apoyados sobre la sencilla mesa de luz.
Al otro extremo, sobre un estante, bajo la única ventana del lugar, yacían una jarra y un recipiente de porcelana china, llenos de agua, para higienizarse.
Sobre una pared en que se apoyaba la cabecera de mi cama, colgaban retratos con fotografías antiquísimas, de personas desconocidas. A esa altura, ya abundaban los indicios de encontrarme a mediados del siglo antepasado.
Suspiré resignada, mientras recorría toda la habitación, sin animarme a salir de ella.
Abrí la ventana, para observar el paisaje. Mi hermoso paraíso campestre, rico en plantaciones diversas, que surcaban toda la llanura.
Eufórica de alegría, mudé mi ropa con el primer vestido que encontré en el armario; bajé las escaleras, crucé el comedor, y salí a correr libre por el prado. Nunca antes había respirado aire más oxigenado que aquél: Puro elixir de la vida.
A pocos metros de la casa, un establo; con caballos y vacas. No muy lejos, el gallinero.
Ingresé al primero, y acaricié los caballos, mientras observaba la falta de mantenimiento a mí alrededor.
Adiós placenteras sonrisas. Helos aquí; mis quehaceres de granja: Limpiar el establo, cepillar los caballos, ordeñar las vacas, recolectar los huevos de las gallinas…. Eran algunas de las actividades que desempeñaba con gran habilidad; cual si me hubiera encargado de ellas toda la vida.
Dieron las ocho y media de la mañana, cuando desayuné con leche, pan casero y mantequilla.
Satisfecho mi apetito, no pude contener las ganas de montar a caballo. Del establo, ensillé un hermoso pura sangre color azabache, y salimos juntos a correr.
Fue el momento más libremente feliz de toda mi vida: Ver sólo horizonte a lo lejos, sentir la caricia del oxígeno en mi cara, y el galope del caballo en contraste con el crujir de un césped nuevo, tierno; fusionarse, cual música para mis oídos.
Las horas pasaron como milésimas de segundos, al cabalgar. Anochecía, cuando por fin descansé bajo un árbol cercano a la casa, hasta quedar profundamente dormida.